domingo, 20 de octubre de 2013

El escenario del hombre


LECCIONES DE COSAS

Por encima del campo pasó el mes de septiembre.
Quizá el último sol de otoño
-antes de que las lluvias
lleguen- sea este
sol en periplo rápido (entre rosadas nubes)
hacia
su lejano destino, arrebatado
de todos los espacios
por la ciega atracción de otro cuerpo celeste
(Consúltense estos nombres en una enciclopedia:
galaxia, paralaje, azimut, Newton, auge.)

De cualquier forma, no es preciso
mirar hacia lo alto para maravillarse.
Sorteando las – para ellas – corpulentas
briznas de hierba,
más cerca de la tierra aún que nosotros,
he aquí a las hormigas
(Hormigas: insectos himenópteros que viven
asociados. Véase también: abejas.)
esforzándose
por llevar otro grano a su granero.
Conscientes – me parece –
de la proximidad de la estación lluviosa,
intensifican
su actividad, con intención, sin duda,
de aprovechar ala máximo el tiempo que les queda.

Imitémoslas.

Pero como los días
son cortos (el sol se pone
hacia las diecisiete y treinta y cinco,
y la luna,
aunque llena hoy y en Libra,
no brillará en el cielo hasta muy tarde)
utilicemos
la última luz para llenar los ojos
con tanta realidad abrumadora:

cosas que son y que no son,
como este río
distinto cada instante
a su inmediato próximo pasado
fluvial cadáver que en la mar descansa;
cosas que sobreviven en su forma
siempre provisional, mas sin embargo
tenazmente buscada,
Igual que esa lejana cordillera
pulida por ventiscas y glaciares;
vidas que se desviven poco a poco
vivificando con su lenta muerte
nuevas muestras de flora y de paisaje.

Hostil y sometido,
entregado y violento,
éste es el escenario y el soporte
del hombre.
Aquí vivió su oscura,
su dolorosa infancia,
recién llegado apenas
a este  recinto despiadado y húmedo,
invitado
del azar y de nadie,
inesperado huésped de los bosques,
usurpador del reino de las fieras
y de los ciegos, tercos vegetales,
fiera insaciable él mismo
que consiguió matar cuanto negaba
su deseo,
que supo rescatar de los incendios
el calor y la luz,
y oponer a los vientos las extensas
y blancas velas de las naves,
y detener o derramar las aguas
sobre la tierra exhausta y arañada,
mordida, rota, transformada, dócil
como un cuerpo vencido o disfrutado.

Ésta es, en fin, la clara piedra
donde su incierta historia queda escrita.
Y si a veces lo olvida,
si vuelve su mirada hacia otra parte
intentando extraer de lo ya abstracto
una idea concreta que lo explique,
todo es lo mismo ya.

                        Sucede entonces,
que si habla, el hombre, aunque no quiera, miente.

                                                       Ángel González

No hay comentarios:

Publicar un comentario