Toqué por
fin el fondo del río.
El río
solitario,
silencioso
como un cocodrilo agazapado.
Hacía frio y
viento
a esa hora
escurridiza
del final de
la tarde.
Los árboles
y los arbustos se inclinaban hacia el sur
a punto de
rozar el agua.
Lancé una
piedra pequeña,
luego un
palo
(me dejé
hipnotizar por los mágicos círculos concéntricos ).
Descalza,
resbalé por
la orilla,
por las
piedras cubiertas de musgo
verde y húmedo,
viscoso.
Me sumergí.
Mis pies
se hicieron
fango,
mi cuerpo
rama, alga,
planta acuática.
Quise ser la
vida
que guarda
el río:
ser para él.
Como una
culebra me escurrí
entre la
maleza,
avancé
nadando a
oscuras
y no me
ahogué.
Toqué por
fin con mis manos el barro del fondo del río.
Soy su corazón.
Alicia Blanco
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