“Cuando uno espera
demasiado se le acaba creando un sentimiento ambivalente o contradictorio:
descubre que se ha acostumbrado a la espera y que tal vez ya no quiere otra
cosa (...) el término de la expectativa y la incertidumbre, a las que uno se
acomoda tanto que prefiere no salir de ellas, que no le quiten el motivo por el
que se levanta ni el pensamiento con el que se acuesta, que no lo muevan de ahí”
“se me abrió un paréntesis en 1982 y nunca encontraba el
momento de cerrarlo (…) al preguntarle [a
Faulkner] por qué sus frases eran tan largas, tan kilométricas, tan
interminables, había contestado ´porque nunca estoy seguro de continuar vivo
para empezar la siguiente´. Quizá a mí me pasaba lo mismo con aquel paréntesis
infinito: si lo cerraba temía morir, o mejor dicho, temía matar. Matar
definitivamente a Tomás”.
Javier Marías, Berta Isla
“Polvo suspendido en el aire
marca el lugar donde acabó una historia”
T.S. Eliot, Little Gidding
Penélope se construye en la espera. Habita un paréntesis
que no se cierra nunca. Cerrarlo es matar el amor, el relato largo tiempo
tejido.
La figura del hombre elegido se desdibuja con la
ausencia y el silencio pero la ocupa, la constituye de un modo que olvidarlo es
romperse un poco, vaciar la casa de muebles, de cuadros, enfrentarse a las
paredes vacías, oír el eco de la propia voz, el aire silbando en los corredores.
Pero las horas, los días, la falta, borran el nombre de Ulises, los ojos que
miran, las palabras, la risa. Lo que ella venera es polvo suspendido en el
aire, el lugar en el que terminó una historia. O no.