sábado, 25 de abril de 2015

Techos y silbidos



El personaje de Federico Luppi dice al final de Martín (Hache): "¿Sabés qué extrañaba yo de Buenos Aires? Los silbidos, la gente que anda silbando por la calle. Aquí nadie silba por la calle, tardé en darme cuenta. Notaba algo raro pero tardé unos cuantos meses en darme cuenta. Casi me vuelvo. Me entraron ganas de volver. Pero pasó. Era absurdo. No se puede volver a un lugar porque querés oír silbar a la gente"

¿No se puede volver a un lugar porque quieres oír silbar a la gente? ¿Acaso no es un buen motivo a depender del tamaño del hoyo que nos provoque esa falta? Te quedas si aprendes a convivir con el hueco, con la orfandad. Si haces de ella un contenido.


I

Yo echaba de menos las luces tras los escaparates de las tiendas y los bares, recién encendidas al caer la tarde, en invierno. Las parejas  y los amigos sentados en los veladores de los cafés. Los primeros fríos. Recorrer las calles sin rumbo a cualquier hora, de noche. Las voces de los niños en el patio de la escuela, más allá de las ventanas, lejos. Las campanadas de las iglesias o de los relojes que tocan las horas. Las sirenas de las ambulancias al fondo.
El mundo que suena aquí en cambio todavía, a veces, me parece raro, algo ajeno y exótico. A menudo agresivo e invasivo, la música en todas partes, los pitidos incesantes de los coches. A veces, viene con los ecos de un mundo que ya se perdió: los vendedores ambulantes que cantan sus productos por las calles, o en las playas. Otras es el grito ensordecedor de una naturaleza intensa y excesiva, como las miles de cigarras que sonaban por las mañanas en el parque que había junto a la primera casa en que viví. Sin embargo, ya es un mundo también mío. Las paredes de mi casa, una burbuja, un lugar al que llegar también. Y los caminos que  dibujo con mis pasos: mi playa, dos museos, un teatro, las calles que piso. Algún amigo.
Pero año tras año, vuelvo a sentirme en casa, acurrucándome en las voces de los niños y en las sirenas, cuando despierto en Barcelona, cada vez que vuelvo. Me reconozco también en los ladridos de los perros y los cencerros lejanos de las vacas en el monte, allá en mi pueblo. El sonido del pertenecimiento.
II

Quedarse  en el sitio de uno, volver al sitio de uno; formas de amparo, de sentirse protegido. Un descanso. Sentir que se puede estar allí sin pensar en qué lugar se está. Sin que exista la conciencia de estar en otro sitio. El lugar está dentro de uno. Uno está dentro del lugar. No hay que hacer nada para habitarlo, para apropiarse de él. Todo lo que es ese sitio te pertenece: la luz, la temperatura, el ruido.

Irse del sitio de uno. Transitar por lugares nuevos, hacerse habitante de otro, ser adoptiva. Tiene su emoción. La libertad de construirse de nuevo, de ser otra, constantemente.  Al final, la casa la hacemos dentro.
III

Martín, el padre, en la película, se acostumbra a no oír los silbidos, a convivir con la orfandad, la falta. Constuye su casa-burbuja lejos de su país, se hace otro. Hache, el hijo, necesita volver a su mundo, para empezar a vivir, a construirse, a partir del pertenecimiento. Uno se va para quedarse. El otro vuelve. 






domingo, 12 de abril de 2015

Momentos fugaces de un invierno efímero


I

¿Cómo es volver a un lugar donde sigue la gente de siempre – algunos rostros familiares que conoces desde niña? Parecen no haberse movido, en el mismo lugar donde siempre han vivido, sometidos al ritmo lento de la vida conocida, el paisaje en que han nacido, el mismo sol que dora las acacias desnudas todos los inviernos. ¿Cómo debe de ser vivir reconociéndose en el transcurrir previsible de las horas, viendo a los otros – habitantes de siempre del mismo barrio – salir por las mañanas, entrar en la oficina de la caja, sentarse en la terraza del bar con la cerveza, envejecer poco a poco? Hay algo plácido  en ese existir lentamente mientras se va haciendo tibio el sol del invierno y poco a poco se ensancha la luz hacia la primavera. Esos rostros familiares, antes adolescentes o jóvenes, hoy ya envejecidos, repitiendo gestos, rutinas, lugares. ¿Será para ellos esta vida plana más reconfortante, más plácida, más fácil? ¿Se sentirán también inciertos, difusos en un lugar inestable, nunca suyo?

II

Despertarte arrebujada dulcemente en el edredón caliente, dormitando sin prisa, oyendo el silencio hueco de la casa tibia todavía y las voces apagadas, lejos, de los niños en la escuela, ignorando la absoluta precariedad del nido. Haciendo como que será así para siempre, soñando que todo dura. Disfrutando del descanso absoluto de despertar en la casa que te acoge. Amando el frío, la luz suave y paulatina de la mañana invernal. Burbuja fugaz que te pertenece y no es intercambiable, ni eterna. Tal vez es la última vez. Habrá un día, ya próximo, en que no existirá este nido.

III

Reconocerte a tí misma en un sitio. Pertenecer a las calles, el bar de la esquina, los bancos del parque, la tienda de fruta. Formar parte de los ruidos, la luz, los cambios de las estaciones. Es un descanso, un regazo, una forma de amparo. Vivir sin eso es un viajar constante y lo malo es que ya no llegas a ningún sitio y nunca te recuperas.

IV

La que recorre pasillos de metro y calles y escaparates y habita los otoños y las cafeterías y el claustro de la catedral, la que sueña y firma y fecha los libros, la que sale a mojarse de lluvia, la que conduce hacia Levante por la carretera, la que fue. La que vive en el trópico y busca en el cielo y mira el caos y los agujeros, la que guarda una caracola del Caribe, la que revive a la que era cuando pisa de nuevo los pasillos. La que fue y la que es ahora. Las dos. Absolutamente las dos. Ahora, en los pasillos del metro. 

Is that all there is?


"Eu lembro quando eu era uma menina, nossa casa pegou fogo e eu nunca esquecerei  o olhar no rosto do meu pai enquanto ele me apertou em seus braços e correu até o prédio em chamas, pra fora da calçada e eu fiquei lá parada, estremecendo e assisti o mundo todo arder em chamas e quando tudo acabou eu disse pra mim mesma “Isso é tudo que o fogo faz? Isso é tudo?”.  Isso é tudo? Se isso é tudo, meus amigos, então vamos continuar dançando, vamos nos embebedar e carregar nosso fardo, se isso for tudo.
E quando eu tinha 12 anos, meu pai me levou ao circo, o maior espetáculo na Terra. E lá havia palhaços e elefantes, ursos dançantes . E uma bela mulher vestindo um macacão rosa, voou alto acima de nossas cabeças e enquanto eu estava lá sentada, assistindo, eu senti que algo estava faltando, não sei o que mas, quando tudo acabou, eu disse a mim mesma “Isso é tudo que o circo é?”.  Isso é tudo? Se isso é tudo, meus amigos, então vamos continuar dançando, vamos nos embebedar e carregar nosso fardo, se isso for tudo.
E quando eu me apaixonei pelo garoto mais maravilhoso do mundo, nós fazíamos longas caminhadas pelo rio ou só ficamos sentados por horas, olhando um pros olhos do outro. Nós estávamos completamente apaixonados e então, um dia ele foi embora e eu pensei que iria morrer, mas eu não morri. E quando eu não morri eu disse a mim mesma “Isso é tudo que o amor faz?”. Isso é tudo? Se isso é tudo, meus amigos, então vamos continuar.
Eu sei o que vocês devem estar dizendo a si mesmos se esse é o jeito que ela se sente então porque ela não dá um fim a isso tudo. Ah não. Não eu. Eu não estou pronta para a decepção final porque eu sei exatamente, enquanto eu estou aqui falando com vocês que quando momento final chegar, e eu estiver respirando minha ultima respiração, eu sei que eu estarei dizendo a mim mesma, “Isso é tudo?”. Isso é tudo? Se isso é tudo, meus amigos, então vamos continuar dançando, vamos nos embebedar e carregar nosso fardo, se isso for tudo."... canta Peggy Lee.






jueves, 2 de abril de 2015

Olvido



"... as lembranças também são seres-tempo, como as flores da cerejeira ou as folhas do ginkgo: elas ficam lindas por um tempo, depois murcham e morrem"

                                                                       Ruth Ozeki, A terra inteira e o céu infinito