Mas ya que a socorrer aquí
no vienes,
no dejes el lugar que tanto amaste
que bien podrás venir de mí segura.
Yo dejaré el lugar do me dejaste;
ven, si por sólo esto te detienes.
Ves aquí un prado lleno de verdura,
ves aquí una espesura,
ves aquí un agua clara,
en otro tiempo cara,
a quien de ti con lágrimas me quejo.
Quizá aquí hallarás, pues yo me alejo,
al que todo mi bien quitarme puede;
que pues el bien dejo,
no es mucho que el lugar también le quede.
Garcilaso
de la Vega, Égloga I
Está la mujer que espera al amor ausente, al que se fue,
Penélope nostálgica del paraíso perdido, tantas veces cantada en las cantigas
d´amigo. Figura expectante junto al mar por donde se fue su amor viajero que
espera persistente a que se amado vuelva.
Ondas do mar de Vigo
se vistes meu amigo?
E ai Deus, se verra cedo!
Ondas do mar levado,
Se vistes meu amado?
E ai Deus, se verrá cedo!
Martin Codax, Cancionero galaico-portugués
Sin embargo, si vuelve, si volviera, ese escenario de
esplendor, el paraíso, no va a ser ya nunca el mismo. Es la historia de Ulises
al que Penélope no reconoce.
Después de perderte, se sucedieron los días y los dolores, las horas huecas como ecos, con sus cinco minutos de ausencia; las tardes de nubes y lluvia y los crepúsculos dorados y rojos sobre la líneas del mar. Siguió cayendo implacable la arena de los días hasta que dejó de doler y el mar se hizo rutina confortable como una mecedora en un balcón. Ahora, al brillar suavemente la luz limpia de lluvia sobre las paredes de los edificios, al caer esta tarde turquesa y transparente con su soledad indiferencia a las mudanzas del tiempo, tu vuelta no tiene importancia. El que lloré se quedó allá lejos entre el agua y los cristales rotos y al que ha vuelto no le reconoce Penélope.
De cualquier forma, la idea del
amor que vuelve y restaura el paraíso conmueve en lo más íntimo, porque permite
por unos minutos creer en esa presencia masculina que, con su vuelta, restaura
el amor en su pureza, nos retrotrae a los orígenes. Uno escucha esa voz que le habla al oído a su amada en la canción de Caymmi y siente un hondo consuelo, como si por unos instantes todo fuese
restaurado, la promesa cumplida y las conchas y caracolas que el pescador le
trae a su morena, el mayor tesoro, la
firme garantía de la pervivencia de ese amor. El hombre vuelve de un lugar
lejano. La mujer le espera en el lugar íntimo y preservado del amor. Él llega
con sus tesoros, pruebas preciosas de su aventura, de un mundo que ella no ha
visto, para “agradarle” y para “que se adorne” y se lo transmite con la dulzura amorosa su
voz, con la fuerza de su yo masculino - sou eu que acabei de chegar. Hay en esta melodía que acuna como
un bálsamo, en sus palabras dulces, significados sobre lo masculino y femenino hondamente
arraigados en nuestra cultura, tal vez ancestrales, el hombre que parte al
mundo, que se va, que explora, que caza, y la mujer que se queda, que espera,
Ulises que viaja y Penélope que teje y espera. Vibran ahí dos espacios: el que se dejó un día y al que se vuelve, y el de la aventura, el de la búsqueda, el de lo nuevo, que ha conocido quien se fue y que solo intuye o adivina quien se queda. Eso está siempre presente en las idas, lo que ve quien se queda, lo que mira quien se marcha. En este caso asociado a papeles de género discutibles ya, afortunadamente.
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