sábado, 19 de octubre de 2013

El lugar que tanto amaste

 Está el lugar del amor: el espacio íntimo, tan nuestro, que al amar compartimos con otro. El espacio del amor es un lugar que brilla, que resplandece con los rayos dorados de una mirada nueva. Es una parte de nosotros que abrimos a otro. La experiencia del amor correspondido, desde el primer día en que otros ojos también nos miran, desde el beso y los primeros gestos, va poblando un territorio con los hitos, los lugares, las fotografías, la ropa, los momentos, las canciones, y creando un paisaje sentido, en parte imaginado,  una topografía mítica por donde transita nuestro sentir con el fluir de la biografía de ese amor y a la que vuelve, compungida, nuestra memoria, cuando el amor termina. El amado que se marcha, nos deja, abre la herida en ese paisaje que se vacía y, durante mucho tiempo,  se convierte en paraíso perdido, en doloroso locus amoenus que ya no consuela y del que también hay que irse.


Mas ya que a socorrer aquí  no vienes,
no dejes el lugar que tanto amaste
que bien podrás venir de mí segura.
Yo dejaré el lugar do me dejaste;
ven, si por sólo esto te detienes.
Ves aquí un prado lleno de verdura,
ves aquí una espesura,
ves aquí un agua clara,
en otro tiempo cara,
a quien de ti con lágrimas me quejo.
Quizá aquí hallarás, pues yo me alejo,
al que todo mi bien quitarme puede;
que pues el bien dejo,
no es mucho que el lugar también le quede.
           Garcilaso de la Vega, Égloga I

Está la mujer que espera al amor ausente, al que se fue, Penélope nostálgica del paraíso perdido, tantas veces cantada en las cantigas d´amigo. Figura expectante junto al mar por donde se fue su amor viajero que espera persistente a que se amado vuelva.

Ondas do mar de Vigo
se vistes meu amigo?
            E ai Deus, se verra cedo!
Ondas do mar levado,
Se vistes meu amado?
            E ai Deus, se verrá cedo!
                      Martin Codax, Cancionero galaico-portugués


Sin embargo, si vuelve, si volviera, ese escenario de esplendor, el paraíso, no va a ser ya nunca el mismo. Es la historia de Ulises al que Penélope no reconoce.

Después de perderte, se sucedieron los días y los dolores, las horas huecas como ecos, con sus cinco minutos de ausencia; las tardes de nubes y lluvia y los crepúsculos dorados y rojos sobre la líneas del mar. Siguió cayendo implacable la arena de los días hasta que dejó de doler y el mar se hizo rutina confortable como una mecedora en un balcón. Ahora, al brillar suavemente la luz limpia de lluvia sobre las paredes de los edificios, al caer esta tarde turquesa y transparente con su soledad indiferencia a las mudanzas del tiempo, tu vuelta no tiene importancia. El que lloré se quedó allá lejos entre el agua y los cristales rotos y al que ha vuelto no le reconoce Penélope. 


De cualquier forma, la idea del amor que vuelve y restaura el paraíso conmueve en lo más íntimo, porque permite por unos minutos creer en esa presencia masculina que, con su vuelta, restaura el amor en su pureza, nos retrotrae a los orígenes.  Uno escucha esa voz que le habla al oído a su amada en la canción de Caymmi y siente un hondo consuelo, como si por unos instantes todo fuese restaurado, la promesa cumplida y las conchas y caracolas que el pescador le trae a su morena,  el mayor tesoro, la firme garantía de la pervivencia de ese amor. El hombre vuelve de un lugar lejano. La mujer le espera en el lugar íntimo y preservado del amor. Él llega con sus tesoros, pruebas preciosas de su aventura, de un mundo que ella no ha visto, para “agradarle” y para “que se adorne”  y se lo transmite con la dulzura amorosa su voz, con la fuerza de su yo masculino - sou eu que acabei de chegar.  Hay en esta melodía que acuna como un bálsamo, en sus palabras dulces, significados sobre lo masculino y femenino hondamente arraigados en nuestra cultura, tal vez ancestrales, el hombre que parte al mundo, que se va, que explora, que caza, y la mujer que se queda, que espera, Ulises que viaja y Penélope que teje y espera. Vibran ahí dos espacios: el que se dejó un día y al que se vuelve, y el de la aventura, el de la búsqueda, el de lo nuevo, que ha conocido quien se fue y que solo intuye o adivina quien se queda. Eso está siempre presente en las idas, lo que ve quien se queda, lo que mira quien se marcha. En este caso asociado a papeles de género discutibles ya, afortunadamente. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario