domingo, 13 de enero de 2019

foulard


todavía huele a ti la bufanda que me diste
-guárdala contigo y aprovecha
antes de que el olor se vaya-
ha pasado un día solo y se va yendo
poco a poco
el rastro de tu carne
en la lana caliente
queda poco ya
de tu presencia en el paño
que sin embargo
me cubre como un abrazo
los hombros                
y me da calor

tu ausencia me viste
como el fuego de la chimenea
encendida
en una casa



viernes, 4 de enero de 2019

las carpas



tenía una bola de vidrio azul y transparente
descascarillada como un fósil de piedra
pesada y vieja -  bella
como yo cuando era una flor amarilla -
la guardaba como una rémora
un pedazo de la mujer que fui

como ya nada de eso importa
la lancé al río la última mañana del año
un río azul
que pasa debajo de un puente
entre álamos secos
que remontan agua arriba
tres carpas grises
como sombras


parábolas


"Leonard tiene un amigo, Tom, que es un gran coleccionista de parábolas. Para Tom el mero acto de despertarse por la mañana es fuente de aprensión; las parábolas le brindan consuelo y energía. El otro día, Leonard me contó dos de las nuevas parábolas de Tom. En la primera, 'una mujer se cae de un transatlántico. Horas más tarde, la echan de menos. La tripulación da media vuelta. Retroceden y la encuentran porque todavía está nadando'. En la segunda, 'un hombre decide acabar con su vida y salta de un puente muy alto, cambia de opinión mientras está en el aire, adopta una posición de zambullida y sobrevive'. La vida es un infierno, la especie está condenada, pero tienes que seguir nadando."
                                                                                      Vivian Gornick, La mujer singular y la ciudad

jueves, 3 de enero de 2019

rostros


Veo rostros conocidos a menudo. Los reconozco pero no sé de quién son. Ni de dónde o cuándo. De qué ciudad, barrio o época. Pero sé que los he visto antes o que transitaron por el mundo que habitaba yo entonces, hace tiempo.
Acabo de ver pasar a uno de ellos mientras espero al tren. Un hombre alto, de mi edad probablemente, con un pelo lacio de color trigueño que le caía sobre la frente y la piel pecosa llena de arrugas. Tenía todavía algo del antiguo adolescente espigado y distraído que posiblemente fue. Tal vez vivía en mi barrio o fue mi alumno hace veinticinco años. A lo mejor es solo azar, una combinación de rasgos y gestos que resulta en algo familiar.
Esos reconocimientos súbitos, cuando suceden, abren como una rendija hacia algo que se perdió en el tiempo. Me hacen sentir un poco en casa, aunque no la reconozco, la casa.