Sosiego preliminar necesario
a cualquier atinado escribir:
“Es como pararse a contrapelo en medio de lo que bulle y
arrastra, un pararse contra viento y marea, como si nos hubieran nacido raíces
milenarias en los pies que se saben, al mismo tiempo, tan desarraigados e
inermes a la cosquilla y al vaivén del mundo que les gira bajo las plantas
vertiginosamente sin cesar. Es pararse con los ojos abiertos y los oídos
abiertos y las narices oliendo y los dedos tocando y el paladar sensible a la
náusea, y resistir quietos, a pesar de todo; no cerrando ninguna ventana por
donde llegue el trepidar de las noticias, de las máquinas, de los cambios, de
las diversiones, de los accidentes, de los enojos, de la guerra, de la
sinrazón, y un más lejano, leve, casi imperceptible, allá al fondo, tamborileo
de muerte acercándose. Y aún sin dejar de oír todo esto, ni de verlo llegar y
crecer ni de sentirlo en la garganta como un malestar aglomerado que nos
sugiere únicamente tendernos de bruces contra la tierra y llorar o dormir o
vomitar, pararse en paz y tenerse en pie como si nada pasara, como si
estuviéramos en un recinto acolchado y silencioso, en una isla desierta o
mirando un paisaje risueño y apacible desde las almenas de nuestra torre de
marfil, a salvo de la muerte, la mudanza, la prisa.
Y caso de alcanzar esa situación que casi desafía a las leyes
mismas de la gravedad, enfrentarse ya con los dilemas del comienzo. ¿Por dónde
empezar? (…) Porque de ese intrincamiento donde reside la dificultad de
transformar la vida en palabra emana también la autenticidad del posible texto.”
Carmen Martín Gaite, El cuento de nunca acabar