lunes, 21 de marzo de 2016

Coincidir es un milagro



 "Yo, que podría haber sido un dinosaurio terópodo, hace 100 millones de años antes de María Magdalena,  por ejemplo una hembra eoraptor, o una golondrina común, emparentada remotamente con el dinosaurio terópodo, o un esclavo negro que muere de asfixia en un barco inglés dieciochesco, acurrucado como una golondrina, o una flor feliz en algún campo pálido de agotamiento en Castilla, tierra de esclavos de la tierra, o la madre de Adolf Hitler, que cultivaba flores, o una cría de tortuga que, en su aventura desde la arena hasta la orilla, es secuestrada por una garza hambrienta como Hitler, yo, que podría haber sido un bonsái, una medusa, un ferrocarril, una diadema, un copo de aguanieve, un charco de agua o nieve, soy yo, aquí, ahora, y te acaricio el pelo con los labios."
                                                                                    Berta García Faet, La edad de merecer

domingo, 6 de marzo de 2016

¿Te acordarás siempre?

“Naoko sacó la mano izquierda del bolsillo y agarró la mía.
  - Pero a ti no te pasará nada. Tú no tienes por qué preocuparte. Aunque anduvieras por aquí de noche con los ojos cerrados, tú jamás te caerías dentro, seguro. Y a mí, mientras esté contigo tampoco me pasará nada.
 - ¿Jamás?
 -  Jamás.
 - ¿Y cómo lo sabes? 
- Lo sé (…) estas cosas las sé muy bien. De pronto las siento y punto. Por ejemplo, ahora que estoy agarrada a ti con fuerza, no tengo miedo. Nada puede hacerme daño. 
-  Entonces es fácil. Basta con que estés siempre así – dije. 
¿Eso… lo dices en serio? 
-  Desde luego.
   Naoko se detuvo. Yo también. Ella posó sus manos sobre mis hombros y se quedó mirándome fijamente. En el fondo de sus pupilas, un líquido negrísimo y espeso dibujaba una extraña espiral. Las pupilas permanecieron largo tiempo clavadas en mí. Después se puso de puntillas y acercó su mejilla a la mía. Fue un gesto tan cálido y dulce que mi corazón dejó de latir por un instante. “

 
     "- ¿Puedo pedirte dos favores?
     - Incluso tres
     Naoko sacudió la cabeza sonriendo.
    - Con dos es suficiente. El primero es que te agradezco que vengas a verme. Estoy muy contenta y me ayuda mucho. Quizá no lo parezca pero es así.
     - Volveré a venir – dije – ¿Y el otro?
     - Que te acuerdes de mí. ¿Te acordarás siempre de que existo y de que he estado a tu lado?
     - Me acordaré siempre.”
                                               Haruki Murakami, Tokio blues, Norwegian wood


Dos fragmentos, dos ejemplos de la maravillosa y frágil sensación de garantía, de inmunidad, que da el amor. También de pervivencia.  Cuando el hombre que quieres está a tu lado, su presencia física, su cuerpo, su brazo, sus ojos, sus palabras, parecen un conjuro, un amuleto, una vacuna contra cualquier contingencia. Alguien nos ama y su pensamiento allá lejos, esté donde esté,  nos construye, nos da vida y consistencia. Saber que alguien nos lleva en su memoria parece que nos salva de algo. Que alguien piense en nosotros nos fortalece y nos cuida. Esa persona nos lleva. Nosotros le llevamos a él. Vivimos de otro modo en la memoria de alguien. Presencias que nos habitan,  memorias de alguien que también habitamos. Lugares, personas, ámbitos invisibles por donde transitamos, de algún modo y que no se ven ni se tocan.
"Mientras esté contigo nunca me pasará nada"
"¿Te acordarás siempre de que existo y de que he estado a tu lado? Me acordaré siempre."
El amor nos llena de esa fe, nos envuelve en esos ritos, como si la palabra amorosa fuese una oración, un rezo, algo que nos protege. Como si el amor fuese una garantía. Y lo creemos, mientras el lazo intenso prevalece, lo creemos. Pero nada ni nadie nos protege de nada, sabemos que todo es frágil, que somos frágiles que todo se pierde fácilmente. Y sin embargo, con el amor creemos. Su luz casi borra el resto.