domingo, 1 de enero de 2017

las uvas de 2017


Tengo yo una superstición que consiste en pensar que las cosas, los procesos, las relaciones, son como empiezan. Que hay en los principios signos, señales, que marcan la historia para siempre. No siempre lo vemos con lucidez cuando estamos en ello, pero a poco que analicemos los elementos del discurso veremos en el texto, ya desde el principio,  las marcas de hacia dónde va el relato. 
Este año lo he empezado en el aire. A miles de metros de altura sobre el océano, que no se ve -  sólo se ven las nubes -  pero se siente su presencia abismal, profunda, mientras una se acurruca como un ovillo en la pecera del avión, en ese espacio burbuja que es un avión, tierra de nadie, pura indefinición, cruzando los mares al final de la tarde, entrando en la noche. Ni siquiera la hora es precisa. Es un útero que se contrae hacia dentro, a veces fluctúa como en estado de gracia, sólo silencio entre nubes, otras tiembla ruidoso pero persiste colgado en el aire.
He visto ponerse el sol en el horizonte celeste a medio camino entre los dos hemisferios. El avión andaba silencioso, flotando mudo como parado en el aire.
A la media noche española, he comido las doces uvas al toque de campanita del comandante rodeada de extraños y encogida bajo la manta.
Me he entregado a las turbulencias con la calma suficiente para hacer de mi miedo habitual un mantra meditativo que me acogiera como un regazo y me convenciese de que el avión que me lleva es fuerte, prevalece, sigue su rumbo. 
He llegado a casa cuando el año empezaba otra vez a este lado y se oían los gritos y los cohetes salpicando la calma chicha de la noche sofocante del trópico. 
Pues eso, será quizás ese transitar de un lado a otro, de una casa a otra, de un amor a otro, la marca de este principio....

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