“Hacía media
hora que se había puesto el sol, el momento que yo llamaba la hora azul.
Soplaba el viento, la luz era bellísima, las montañas se perfilaban muy nítidas
y se distinguía perfectamente cada hoja en cada árbol” Jean
Rhys, El ancho mar de los Sargazos
lo poco que queda del día se ovilla de un modo que parece nido o gota
azul de agua guarida pócima mágica y sin embargo duelen los perfiles nítidos de todas las cosas que
brillan
exhalan una especie de canto último azul y fugaz transparente
las ramas de los árboles de la calle las ventanas abiertas la brisa en la cortina los contornos de los edificios los pájaros las bocinas de los coches las motos toda esa gente que bulle febril en procesión hacia la fiesta la alegría el ruido ese monstruo
ajeno absolutamente a la breve belleza quieta del fragmento de azul cobalto en el cielo de la ventana al detalle de la brisa y del sutil expirar silencioso de todo lo que claudica y se pierde con esa luz última en los minutos previos a la noche oscura
las ramas de los árboles de la calle las ventanas abiertas la brisa en la cortina los contornos de los edificios los pájaros las bocinas de los coches las motos toda esa gente que bulle febril en procesión hacia la fiesta la alegría el ruido ese monstruo
ajeno absolutamente a la breve belleza quieta del fragmento de azul cobalto en el cielo de la ventana al detalle de la brisa y del sutil expirar silencioso de todo lo que claudica y se pierde con esa luz última en los minutos previos a la noche oscura
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